Franco, un largo adiós

572

Sin Maldad / José García Abad.

En agosto del año pasado titulaba yo mi columna Sin Maldad con un “Adiós, Caudillo, adiós”. En el último viernes de agosto, cuando millones de españoles finalizaban sus vacaciones, el Consejo de Ministros había decidido exhumar el cadáver de Franco del Valle de los Caídos. En aquel momento histórico, las ministras y los ministros prorrumpieron en emocionados aplausos, algunos con lágrimas en los ojos. Por fin se desalojaba al dictador de un sitial de honor financiado por el Estado en cuya construcción trabajaron presos republicanos en régimen de semiesclavitud.

Fue un adiós cierto pero prematuro, como dijera Eugenio D’ors cuando desmintió ante la llamada de un periodista su fallecimiento: “Joven, la noticia es cierta aunque prematura”. Podemos enorgullecernos de que la transición hacia la democracia iniciada a la muerte del Caudillo se hiciera de la ley a la ley, desde el Movimiento Nacional de la Falange y compañía, que encarnó Adolfo Suárez, quien fuera su secretario general hasta la legalización del Partido Comunista y el restablecimiento de la Generalitat de Cataluña encabezada por su último presidente Josep Tarradellas, llegado desde el exilio hasta el despacho del presidente Suárez.

Cinco presidentes después de Suárez, incluidos dos socialistas, no se atrevieron al traslado del dictador a un lugar digno pero sin significado exaltador. El fantasma de Franco asustaba todavía y el dictador que aseguraba que había dejado todo “atado y bien atado” se permitía una venganza póstuma frente al séptimo presidente de la democracia, que tuvo la audacia de darle el último adiós.

El fantasma de Franco asustaba todavía y el dictador que aseguraba que había dejado todo “atado y bien atado” se permitía una venganza póstuma

Una vez más se pudo comprobar la fuerza residual pero efectiva del franquismo sociológico, que lo había hecho desaconsejable a lo largo de 44 años, más o menos el periodo de mando del dictador que, no lo olvidemos, muriera en la cama como jefe del Estado y no juzgado por sus crímenes. Por su feroz represión de los vencidos, por infames sentencias de muerte, por crueles reclusiones carcelarias, por las purgas a los maestros que fueron la gloria de la República que reconoció a la educación la gran herramienta para su dignidad. En definitiva, por 40 años de un régimen de miedo que arrebató las libertades a los españoles y los aisló de una Europa que, tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial, se organizaba bajo unos valores democráticos, humanos, como nunca había disfrutado.

El largo camino hacia la exhumación del “Caudillo” muestra dramáticamente lo que queda del franquismo y de las secuelas de la Guerra Civil en muchos ámbitos de la sociedad española.

Cuenta Felipe González que cuando los socialistas alcanzaron el poder, el teniente general Gutiérrez Mellado, militar franquista como todos los generales, que valientemente se  jugó la vida apoyando valerosamente por apoyar a Adolfo Suárez en la recuperación de la democracia, le advirtió de que tuviera cuidado pues todavía quemaban los rescoldos de la Guerra Civil. Una advertencia que aconsejó al primer gobernante socialista no hacer un proceso al régimen franquista y ni siquiera al comportamiento de la Iglesia católica apoyando a un régimen que más que falangista fue nacionalcatólico. La reacción del Vaticano ante la decisión de Sánchez muestra que, aun con un Papa ‘progre’ no ha abjurado de su complicidad con el dictador.

José Luis Rodríguez Zapatero, el segundo presidente socialista, abordó el asunto con mucho cuidado promulgando una tímida Ley de Memoria Histórica que no fue capaz de acabar con los muertos en las cunetas.

Ha tenido que ser Pedro Sánchez, el tercer presidente socialista quien decidió asumir una tarea histórica con la resistencia pasiva de la derecha, la vieja del PP y la nueva de Ciudadanos, disfrazada de conveniencia, de que el asunto no es urgente

Los hechos simbólicos tienen mucha importancia. Sánchez diría, tímidamente, en los primeros momentos que la cuestión no era urgente pero sí necesaria, hasta que el Gobierno en pleno ha defendido que era necesaria y urgente. Precisamente porque han pasado demasiados años desde la Constitución democrática y porque la presencia de Franco en el Valle de los Caídos muestra hasta qué punto permanecen en forma de tabú, quizás en el subconsciente colectivo, llamémoslo como queramos, secuelas vergonzantes.