Parece que Saracho y Ron no se harán daño en la Audiencia Nacional

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Saracho puso el énfasis en su perplejidad ante el desastre que se encontró al llegar a la presidencia del banco pero más allá de ello, por otro lado inevitable para justificar su gestión que precipitó la caída del banco, no arremetió contra su antecesor, Ángel Ron, quien declarará a finales de octubre. Parece que han decidido, como en el pacto del dentista, no hacerse daño mutuamente. / EUROPA PRESS

Destacado Económico / N. L.

Emilio Saracho fue el pasado miércoles 2 de octubre el primero de los imputados en declarar como tal en el caso del Banco Popular. Saracho puso el énfasis en su perplejidad ante el desastre que se encontró al llegar a la presidencia del banco, pero más allá de ello, por otro lado inevitable para justificar su gestión que precipitó la caída del banco, no arremetió contra su antecesor, Ángel Ron, quien declarará a finales de octubre. Parece que han decidido, como en el pacto del dentista, no hacerse daño mutuamente. Entre medias de las declaraciones de ambos, que transcurrirán a lo largo de este mes, irán declarando personajes que pueden dar luz sobre los acontecimientos sufridos o quienes tuvieron alguna responsabilidad en el desastre.

Resumiendo mucho podemos decir que Ángel Ron tendrá que responder sobre falseamientos de cuentas o de no proporcionar una información correcta sobre el estado del banco, mientras que Saracho tiene que responder a la acusación de manipular los mercados.

 

Pero, ¿a quién se le ocurrió contratar a Saracho?

Tras el desastre, nadie se atreve a reivindicar que tuvo la idea de contratar a este personaje que, llamado para salvar un banco en dificultades, se convirtió, muy a su pesar, en su enterrador. Hay que reconocer que las apariencias jugaban a su favor al ocupar una vicepresidencia en JP Morgan, el gran banco de negocios.

También había un equívoco al considerar el desempeño en un banco de negocios como experiencia bancaria propiamente dicha, similar a la que se ejerce en bancos comerciales, cuando ambas entidades están en las antípodas por no decir que se odian a muerte.

Saracho recibió los parabienes tanto del gobernador del Banco de España, Luis María Linde, como del subgobernador, Fernando Restoy. Y lo que fue decisivo: el respaldo del ministro de Economía, Luis de Guindos, que fue su colega en el gremio de los bancos de negocios y que cultivó con él una duradera amistad, abonada con cenas compartidas por ambos matrimonios.

El personaje en cuestión recibió los parabienes tanto del gobernador del Banco de España, Luis María Linde, como del subgobernador, Fernando Restoy. Y lo que fue decisivo: el respaldo del ministro de Economía, Luis de Guindos, que fue su colega en el gremio de los bancos de negocios y que cultivó con él una duradera amistad, abonada con cenas compartidas por ambos matrimonios.

Nadie presume ahora de haber contribuido a su fichaje, pero albergamos pocas dudas de que quien lo decidió fue el mexicano Antonio del Valle, aunque ahora trate de negarlo, y que quien lo puso en práctica fue Reyes Calderón por indicación de aquél, en su condición de consejera independiente coordinadora.

 

El camino del hundimiento está escrito

Los tribunales juzgan sólo delitos pero hay que esperar que proporcione luz de como cayó tan bajo, hasta la extinción, el que en tiempos de Luis Valls Taberner llegó a ser apreciado como el mejor del mundo.

El camino del hundimiento está escrito como una tragedia griega de final inevitable. Cuando un banco tiene mal color, su cúpula procede a maquillarlo, o sea, a falsear las cuentas. Ante todo, necesita ocultar su insolvencia exhibiendo buenos resultados y pagando altos dividendos, aunque no esté en condiciones para ello. El beneficio no es el dígito final, la resultante de la cascada de la cuenta de resultados, sino el dato previo del que se desprenderá la cascada de resultados. Es la cuenta invertida. Es también la huida hacia adelante y, en definitiva, la tragedia de una muerte anunciada.

Aristóbulo de Juan explica con notable nitidez lo que he calificado de tragedia griega por lo que tiene de ley de desenlace fatal en una dinámica imparable. Es lo que el gran experto en crisis bancarias denomina «Encrucijada Clave», que es cuando es imprescindible responder a lo que suelen hacer los banqueros para evitar la pérdida de confianza y para conservar el control de la propiedad y de la dirección:

«Si la autoridad o el banquero no adoptan medidas enérgicas en este momento –sentencia Aristóbulo– el banco está condenado a estar sumido en una «gestión de maquillaje» y en una «gestión desesperada», bien de forma sucesiva o simultánea. También en el fraude, tal vez». En su opinión, el maquillaje es un fraude.

La rampa hacía la caída está lista: «La gestión se hará cada vez peor, la cultura de la organización se deteriorará con gran rapidez, el mercado se verá distorsionado y las pérdidas ascenderán en espiral. Este es probablemente el punto sin retorno. A partir de aquí, la liquidación de la institución o su saneamiento son las únicas soluciones eficaces para una situación de insolvencia, que puede crecer en progresión geométrica».

Sostiene Aristóbulo que la insolvencia precede invariablemente a la falta de liquidez, pero en lo que se refiere al Popular la falta de liquidez fue el desencadenante, pero no la causa. Que la recapitalización no sirve para mucho. El capital está para cubrir agujeros, y tiene que estar siempre limpio para el futuro.

Aristóbulo podía haber puesto nombres al título genérico de su libro ‘De buenos banqueros a malos banqueros’. Podía haber añadido un subtítulo: «De Luis Valls, buen banquero, a Ángel Ron y Emilio Saracho, que no lo fueron». Se ha producido una caída de libro, como la caída del Imperio Romano que Aristóbulo glosó, en charla con José García Abad, con estas palabras cargadas de nostalgia: «Luis era un gran lector, le apasionaba la lectura e incluso la relectura. Su afán era la información y le apasionaba la literatura, sobre todo la dedicada al auge de los imperios y a su caída».

Resumiendo mucho podemos decir que Ángel Ron tendrá que responder sobre falseamientos de cuentas o de no proporcionar una información correcta sobre el estado del banco, mientras que Saracho tiene que responder a la acusación de manipular los mercados. Ángel Ron hizo todo lo posible por sortear las dificultades recurriendo con poca fortuna al ladrillo pero no supo hacer frente a los grandes cambios que en la economía y en la banca se produjeron tras la muerte de Luis Valls. EP

 

Una mala supervisión

El Popular había entrado en la dinámica que describe magistralmente Aristóbulo de Juan con conocimiento de causa, pues él, tras un largo periodo en la dirección del Popular, pasó al Banco de España donde tuvo que actuar sobre la crisis aludida. Obviamente algunos comentarios que este hombre formula en su libro ‘De buenos banqueros a malos banqueros’ (Marcial Pons, 2017), sin señalar a ninguno en concreto, se refieren en buena medida al ‘caso Popular’, con referencias fáciles de detectar a Ángel Ron y a Emilio Saracho. Y con críticas muy claras a la pasividad del Banco de España, del que observa, con el dolor de quien ha pasado tantos años en el palacio de Cibeles, la caída en picado de su secular prestigio.

También critica a la Unión Bancaria Europea, que ahora tiene la última palabra en inspección de los bancos sistémicos, pero que no abusa de los aciertos. «El 5 de mayo en Bruselas les parece bien el Popular y a los pocos días cae y nadie se da por aludido al señalar 12.000 millones de euros de pérdidas», comenta Aristóbulo de Juan.

En su opinión, el Banco de España y el Banco Central Europeo deben inspeccionar los procedimientos más que el valor del activo; la inspección debe ser rápida pues a veces es un incordio necesario. Lo más importante es mejorar la gobernanza.

 

Se sigue la oración de San Agustín

Aristóbulo va mucho más allá, como comprobamos los que no nos perdemos ninguna de sus conferencias o los debates en los que participa. En su opinión, reiterada en distintos foros, ahora rige la idea de la «bella normalidad», la beautiful normality, para decirlo en el lenguaje financiero universal, o sea, en inglés. Un delicioso mundo falso, una convención admitida para no abrirnos las venas y seguir abriendo los bancos todas las mañanas, que se sostiene gracias a la manguera del presidente del BCE, Mario Draghi.

«Es mentira –denuncia Aristóbulo–, ni es bella ni hay normalidad» y profetiza que puede producirse una catástrofe dentro de tres años. Se ha impuesto la teoría gallega del «más vale no meneallo». Asegura Aristóbulo, la gran mosca cojonera del sistema financiero, que los inspectores tienen prohibido, o al menos desaconsejado, emitir informes negativos que les obliguen a actuar. Ello explicaría la inacción del Banco de España durante cinco años, el mirar hacia otro lado sobre los problemas del Banco Popular. Todos son conscientes de que esta convención no se puede mantener eternamente, que es necesario hacer algo muy fuerte para sanearlo, pero se sigue al joven San Agustín, que le decía a Dios en sus oraciones: “Señor, dame castidad y dominio de mí mismo, pero todavía no”.

La insuficiente ética de las auditorías

José García Abad escuchó en su trabajo de campo para la elaboración de su libro ‘Cómo se hundió el Banco Popular’ críticas muy duras sobre las empresas de auditoría e incluso algunos improperios como «los auditores deberían estar en la cárcel». El directivo de una de las grandes auditoras le aseguró que «es el Banco de España el que no quiere que se destapen los problemas» .

Aristóbulo de Juan explica con notable nitidez lo que he calificado de tragedia griega por lo que tiene de ley de desenlace fatal en una dinámica imparable. Es lo que el gran experto en crisis bancarias denomina «encrucijada clave», que es cuando es imprescindible responder a lo que suelen hacer los banqueros para evitar la pérdida de confianza y para conservar el control de la propiedad y de la dirección: «Si la autoridad o el banquero no adoptan medidas enérgicas en este momento –sentencia Aristóbulo– el banco está condenado a estar sumido en una «gestión de maquillaje» y en una «gestión desesperada», bien de forma sucesiva o simultánea. También en el fraude, tal vez». En su opinión el maquillaje es un fraude. / EP

Aristóbulo atribuye una gruesa cuota de culpa a la ética de las empresas de auditoría, calificadas de «tigres de papel», así como a la ineficacia del control por parte de la Comisión Europea. Recuérdese que el Popular pasó los exámenes de estrés poco antes de su caída. «Si hubieran funcionado con eficacia –advierte De Juan–, ¿cómo podría explicarse la afloración –repentina y tardía– de casos de insolvencia tan profunda como han ocurrido recientemente en grandes bancos de países como Alemania, Italia, Portugal y España, sin que se encendiera oportunamente ninguna luz roja o se adoptaran las medidas correctivas o de resolución en tiempo oportuno?». Y se hace eco de una broma que circula entre los expertos: Los stress tests han sido creados para aliviar el estrés de los supervisores.