Hace ya 40 años que Samuel López, un vecino de Carranque descubrió en el municipio toledano los primeros restos de lo que acabó siendo una de las villas romanas de mayor valor de nuestro país. En un primer episodio hablamos con él sobre el descubrimiento y, en esta segunda parte, nos centraremos en los problemas que tuvo para que lo reconocieran como descubridor.
P.-Por lo que tenemos entendido, su relación con los arqueólogos que han estado trabajando en el yacimiento de Carranque no ha sido la mejor…
R.- Para los arqueólogos, yo soy un labriego de pueblo que no tiene ni idea de nada, aunque lleve toda mi vida vinculado con la arqueología. Sin embargo, no he ido a la universidad y no tengo el título, así que… Ya sabemos que en este país la ‘titulitis’ pesa. Habrá cosas que no, pero habrá otras cosas que yo pueda discutirles a los arqueólogos, aunque ellos siempre me van a menospreciar por esto que comento.
Por poner un ejemplo, en la casa de la villa romana que apareció en el yacimiento, había un balneum, lo que sería una especia de termas romanas pequeñas que, en la última reforma que se hizo en la casa, se quitaron para convertirlas en habitaciones. Ampliaron la casa, colocaron unos preciosos mosaicos y se quedaron sin baños. El tema es que, probablemente, se hicieran unas nuevas termas más grandes fuera y eso es algo que todavía no se ha encontrado.
En este sentido, hay un edificio que está a medio camino entre el pallatium y la villa –posiblemente el de las termas-, un edificio que tiene unos muros similares a los del pallatium, muros largos y sólidos de 73 centímetros de ancho, de los cuales, una vez llegué a seguir uno de ellos nada menos que diez metros. Pero nunca han excavado ahí. Le he dicho a los arqueólogos dónde está y su respuesta es que no está ahí, porque ellos han hecho un estudio geofísico para tratar de detectarlos y no han sido capaces, por lo que, para ellos, no existen. Estupendo, pero sí que los hay, porque yo los he visto.
P.- Sin embargo, su gran problema llegó con el tema de reconocerle a usted como el descubridor del yacimiento. ¿Qué sucedió exactamente?
R.- Cuando empezó a venir aquí la directora del museo, tanto ella como sus acompañantes se quedaron totalmente alucinados con todo lo que estaban viendo, todo lo que había aparecido bajo la tierra. Fue entonces cuando esta mujer le comentó a mi padre: “no se imagina usted Remilgio el valor que tiene lo que ha encontrado su hijo. Si supiera usted lo que pagan los americanos de Torrejón por un trozo así de mosaico… Madre mía lo que vale esto”. Y fue ella misma la que nos trajo la Ley de Patrimonio, que era de 1912 y nunca había ido a los tribunales. Nadie había hecho nunca una reclamación al Estado en esta materia en base a esta Ley y, por ello, mi reclamación sentó precedente, hasta el punto de que, en el año 1985, el Gobierno de España, tras enfrentarse a una demanda como esta, decidió reformarla.
La Ley, en uno de sus artículos, dice que todas las antigüedades descubiertas en el subsuelo o al demoler antiguos edificios, son propiedad del Estado. Sin embargo, en otro artículo recuerda que el descubridor se llevará en concepto de indemnización el cincuenta por ciento del valor de lo que se descubra, siempre en metálico. Y, en otro más que la tasación para valorarlo debe hacerla un perito arqueólogo. Pues bien, una vez que se habían excavado todos los mosaicos y demás, preguntamos que qué pasa con mi derecho como descubridor y empiezan a darnos largas; después, sutilmente, amenazarnos diciéndonos que mejor no reclamar nada, no fuera que me acusaran de pirata…
P.- ¿Y qué hicieron en ese momento visto que no les pondrían las cosas fáciles?
R.- Yo estaba convencido que llegar hasta el final con nuestra reclamación, como también lo estaba mi padre, que llamó a un amigo suyo que era abogado en Toledo para ver qué podíamos hacer con este tema.
En un primer momento, hicimos un escrito a la Consejería de Cultura reclamándolo por la vía administrativa. Reclamábamos el reconocimiento del descubrimiento y la indemnización correspondiente, pero, en un principio, nos dicen que yo no he descubierto la villa romana, sino que he descubierto un mosaico y que lo demás lo han descubierto los arqueólogos excavando y con el dinero que ellos han invertido para esos trabajos. En ese sentido, me reconocían el descubrimiento de un mosaico que el director del museo (sustituto de la mujer con la que tratamos al principio) tasó en 700.000 pesetas (algo más de 4.000 euros), de lo que a mí me correspondería la mitad.
Evidentemente, no podíamos estar de acuerdo con esto, por lo que volvimos a ponerlos una reclamación diciendo que lo que queremos es que nos reconozcan el descubrimiento del yacimiento completo, porque los arqueólogos vinieron aquí cuando ya se sabía que estaba el yacimiento para desenterrarlo. En este segundo intento reiteran su negativa y se ratifican en la propuesta anterior.Lo hicimos una tercera vez y más de lo mismo y que si no estaba de acuerdo, que recurriera al Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha. La situación parecía complicada, un chaval de 18 años de pueblo contra la Junta y con una ley de 1912 de la mano sobre la que no había jurisprudencia.
P.- Un salto cualitativo dentro de este proceso. ¿Cómo se lo plantearon?
R.- Lo hablamos con el abogado y no lo vio nada claro. Decía que no teníamos nada que hacer, que íbamos a perder… Pero detrás de él tenía a dos jóvenes abogados, de esos que acaban de terminar la carrera de Derecho, que trabajaban con él y que se mostraron entusiasmados por seguir adelante con el caso para conseguir ganar un gran pleito con el que empezar a lo grande dentro del mundo de la abogacía.
Nuestro caso, para ellos, era muy apetitoso a la par que complicado, pero fuimos a por ello. Pusimos la demanda en Albacete, donde tuvimos que coger a otro abogado y a otro procurador, porque, por aquel entonces, sólo podían ejercer en la provincia en la que estaban colegiados.
Fueron cuatro años y medio de pleito en los que hubo primero que demostrar que yo había sido el descubridor del yacimiento, porque los arqueólogos decían que lo que yo había encontrado allí era algo aislado y que el resto fue cosa suya después de haber hecho una labor de investigación.
Otro tema fue el de la tasación. Y es que la primera que hicieron la hizo un funcionario de la parte demandada que, evidentemente, nosotros rechazamos. Mis abogados buscaron un experto en tasación de piezas arqueológicas, pero resulta que no era arqueólogo, sino cura, por lo que la Junta igualmente nos lo rechazó. Al final fue el juez quien buscó un perito judicial, contratando a un arqueólogo de Albacete que trabajaba para la Junta en esta provincia. Mis abogados protestaron y él hombre nos dio la razón diciendo que él no iba a ir en contra de la Administración que lo pagaba, por lo que renunció.
El juez encontró a un segundo perito, que nunca había trabajado para ello, pero que quería… y, claro, la tasación fue fina. El mosaico de las 700.000 pesetas lo bajó a 500.000 y el yacimiento entero, lo valoró en siete millones de pesetas (poco más de 42.000 euros).Al final perdí el juicio. El juez dijo que reconocían que yo había sido el descubridor del mosaico, que yo había dado el aviso y que eso había dado lugar a que los investigadores descubrieran todo lo demás.
P.- ¿Se acabó entonces su lucha por el reconocimiento y la indemnización?
R.- Ni mucho menos. De allí nos fuimos la Tribunal Supremo. Recurrimos allí y contratamos para ello a otro abogado y otro procurador en Madrid, con los que estuvimos casi otros tres años y medio más de pleito. Aquello era más sencillo, porque no había que aportar nuevas pruebas, sino que se valoraba de nuevo hacer una sentencia sobre la documentación que ya había sido presentada. Al final, el Supremo dicta sentencia diciendo que yo he sido el descubridor del yacimiento, mientras que los arqueólogos no han descubierto nada, porque fueron contratados por la Junta porque ya sabía que la villa romana estaba ahí gracias a mí, que había sido el que había dado el aviso. Y es que, apuntaban, en el caso de que yo no hubiera avisado, la Consejería nunca hubiera sabido de su existencia ni hubiera contratada arqueólogos.
Lo que sí dio por buena el Tribunal Supremo fue la tasación, al haberla hecho un perito arqueólogo, por lo que no había nada que discutir. Con todo ello, finalmente, me indemnizaron con 3,5 millones de pesetas, la mitad de lo tasado por el conjunto del yacimiento, y mucho menos de lo que me costó el pleito.
P.- ¿Tuvo problemas tras el pleito con la gente que trabajaba en el yacimiento?
R.- Yo con la gente que ha estado en el parque me he llevado bastante bien, porque no tenían nada que ver con aquello que sucedió con la Junta, mientras que los políticos que han venido después tampoco han tenido nada que ver con los que estaban entonces.
De hecho, cuando en estos últimos años he ido junto al alcalde de Carranque a luchar por que le dieran la gestión al Ayuntamiento, hemos tenido un trato muy cordial con ellos.