Durante años, hemos escuchado que la vitamina D es buena para los huesos, que ayuda al sistema inmune y que, de paso, nos da un empujón contra el cansancio. Pero en pleno siglo XXI, cuando la información está a un clic y las farmacias parecen mini supermercados de suplementos, un dato sorprende: cada vez más personas tienen déficit de esta “vitamina del sol”.
¿Qué está pasando?
La vitamina D se fabrica en nuestro cuerpo cuando la piel se expone a la luz solar. El problema es que hemos convertido al sol en algo casi exótico. Entre las oficinas sin ventanas, el teletrabajo, el miedo a las arrugas, a las manchas solares y al cáncer de piel, la relación piel–sol está en crisis. Para rematar, en otoño e invierno, muchas regiones apenas reciben la dosis de rayos UV necesaria para producirla.
No solo huesos, también defensas
Cuando falta, no solo hay riesgo de huesos frágiles y osteoporosis: el déficit de vitamina D también puede afectar el estado de ánimo, aumentar la fatiga e incluso debilitar el sistema inmune. Algunos estudios han relacionado niveles bajos con infecciones respiratorias más frecuentes.
¿Es tan grave como suena?
Depende. No es que tengamos que mudarnos todos a una playa tropical, pero sí es un recordatorio de que el equilibrio importa. Un paseo diario de 15 a 20 minutos al sol —sin obsesionarse con fotoprotectores durante ese tiempo— puede marcar la diferencia. Los alimentos ricos en vitamina D, como pescados grasos (salmón, caballa, sardina), yema de huevo o lácteos fortificados, también ayudan. Y si nada de eso funciona, los suplementos pueden ser una herramienta útil, siempre bajo supervisión médica.