Ibarrola, el artista que dialogó con la naturaleza

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Resulta interesante el hecho de que parte del mejor arte contemporáneo que existe en la provincia de Ávila se encuentre en dehesas y otros parajes naturales. En entornos apartados de la capital y de los habituales lugares de exposición, como si las manifestaciones artísticas de nuestros días hubieran decidido diferenciarse, buscando su hueco apartadas del reconocido conjunto patrimonial de la ciudad.

Este es el caso de las decenas de pinturas sobre granito que nos ha legado Agustín Ibarrola (1930-2023) en la dehesa de Garoza, cerca de Muñogalindo, entre encinas y monte bajo. Allí encontró la necesaria distancia respecto a la persecución del terrorismo para reflexionar, entre 2005 y 2009, sobre las caprichosas formas de los bolos abulenses, dotándolas de un nuevo significado a partir de la aplicación del color en tintas planas, las más de las veces subrayando y enfatizando grietas, oquedades o salientes. En base a ello consiguió integrar la geometría y las formas naturales, dotándolas de una nueva interpretación que en buena parte de las ocasiones queda abierta para ser completada por el espectador.

Es sabido que esta labor de diálogo con la naturaleza ya la había explorado previamente Ibarrola en conjuntos como el del Bosque de Oma, recientemente reabierto y que fue atacado violentamente al igual que su caserío-estudio, o en “Piedras y árboles” (Allariz, 1999). Sin embargo, su trabajo arrancó con diferentes inquietudes. Las de un joven pintor que se formó próximo al cubismo junto a Daniel Vázquez Díaz, fue amigo de Jorge Oteiza y que rápido viajó a París, donde formó parte del grupo fundador del Equipo 57 junto a Juan Serrano, José y Ángel Duarte, Néstor Basterrechea y Juan Cuenca.

En la década de los 60, su compromiso social y político frente a la dictadura franquista como miembro del PCE hizo girar su pintura hacia el realismo social, con el que también se identificaban sus compañeros del grupo Estampa Popular, en el que igualmente militara el abulense de adopción Arturo Martínez. Fueron años duros en que fue torturado y encarcelado en dos ocasiones, pese a lo que no abandonó su trabajo, bien a través de frágiles pinturas que desmontadas lograba sacar del presidio, bien mediante pequeñas esculturas abstractas de miga de pan que volvieron a ser expuestas en la última edición de ARCO.

En 1993 recibió la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes junto a sus compañeros del Equipo 57.

Por Raimundo Moreno Blanco

Coordinador de la Sección de Arte de la Institución Gran Duque de Alba