A principios del siglo IV d.C., los romanos trataron de frenar por todos los medios la incursión en la ciudad de Toledo de la semilla del cristianismo, que poco a poco se estaba propagando por todo el imperio. Los ciudadanos de Toledo, que habían abrazado el cristianismo tiempo atrás, se resistieron a aquella imposición pretendida por los romanos, viéndose éstos obligados a dar parte al senado de Roma. Desde allí llegaron órdenes tajantes; o los ciudadanos toledanos reconocían la divinidad de los dioses romanos o sufrirían terribles tormentos. Para cumplir aquellas órdenes enviaron a Daciano, el cual no tardó en ejercer su atroz potestad.

Santa Leocadia Museo del Prado
El Museo del Prado alberga algunas muestras de diferentes momentos de la aparición de la santa

Su primera víctima fue una adolescente llamada Leocadia, que desde muy niña se había criado en el cristianismo. Cansado de tratar por todos los medios imaginables de hacerla renegar de su fe, decidió encerrarla en una mazmorra y azotarla salvajemente hasta que cediera en sus ideas religiosas. Varias veces fue azotada llegando a estar cerca de la muerte, pero cuanta más violencia utilizaban con ella más se fortalecía su fe.
Desde que la joven fue apresada, los ciudadanos toledanos no dejaron de rezar por ella, ya que en más de una ocasión oyeron de sus labios la doctrina de Jesucristo y se habían encariñado de ella.

Aquella noche los centinelas de la prisión donde se hallaba recluida la indefensa muchacha sintieron voces en su interior que no acertaban a comprender, quizás porque fueran coros de ángeles que bajaron para acompañar el alma de Leocadia hasta el Altísimo. Al día siguiente, con intención de comprobar lo que habían escuchado por la noche, acudieron a la mazmorra de la mártir encontrando sólo su cuerpo rígido.

Cuando, Daciano, tuvo conocimiento del suceso, ordenó que el cadáver fuera arrojado en un lugar cercano al río, donde después fue sepultada en secreto por los muchos cristianos que por entonces habitaban clandestinamente en la ciudad. Con los años cesó la persecución a que se veían sometidos los cristianos, y gracias a ello pudieron edificar libremente una pequeña ermita sobre el lugar que había servido de sepultura a la inocente mártir, ermita que con el paso de los años fue ampliada y convertida en la célebre basílica que sirvió de escenario a numerosos e importantes Concilios. Era el 9 de diciembre de 666, aniversario de la muerte de la santa, cuando en la basílica de su nombre se celebraba uno de estos Concilios.

El Museo del Prado alberga algunas muestras de diferentes momentos de la aparición de la santa
El Museo del Prado alberga algunas muestras de diferentes momentos de la aparición de la santa

A él asistían el arzobispo Ildefonso con su clero, el rey Recesvinto con su séquito, y gran cantidad de ciudadanos. Antes de comenzar la asamblea rezaron unos instantes ante la lápida bajo la cual suponía la tradición haber sido enterrada Leocadia, cuando ocurrió algo increíble. La losa del sepulcro se levantó sin que interviniera mano humana, y en él se incorporó una hermosísima doncella que ante la presencia de todos dio las gracias al santo prelado, en nombre de la Virgen María, por la insistente defensa que había hecho de su perpetua virginidad. En mitad de la confusión producida por el maravilloso portento, entregó el rey al arzobispo su cuchillo, que con él cortó un pedazo del velo de santa Leocadia.

De esta manera supieron con certeza que aquella era la sepultura de la santa toledana, y, en recuerdo de aquel suceso, decidieron conservar el fragmento del velo y el cuchillo, reliquias que hoy en día permanecen en el Ochavo de la Catedral de Toledo.