Al llegar el verano es habitual oír que el calor disminuye el deseo de comer, ya que las altas temperaturas ocasionan que el organismo requiera menos energía. A pesar de esto, el apetito, que está más vinculado a las necesidades corporales, no sufre necesariamente cambios.
El calor no elimina el apetito de forma directa, dado que este se regula de manera biológica. No obstante, el calor puede influir en la sensación de hambre. Las altas temperaturas pueden provocar la preferencia por platos menos pesados y la disminución de las cantidades, lo que puede derivar en una ingesta de nutrientes insuficiente.
En esta circunstancia, es importante subrayar que cuando hace calor, el organismo se esfuerza por controlar su temperatura a través del sudor y la reorganización de la circulación sanguínea, lo cual puede provocar una impresión de plenitud transitoria y retardar la digestión. A pesar de esto, la reducción en el apetito no indica que el cuerpo no precise nutrientes, por lo tanto, es esencial conservar una dieta equilibrada y apropiada.
En los meses de calor, la reducción del hambre se origina por una mezcla de elementos que inciden en el cuerpo y en las costumbres alimenticias:
– Regulación térmica: generalmente el cuerpo mantiene su temperatura entre 36-37 grados. Durante el invierno, se requieren más calorías para mantener esta temperatura, lo que genera un incremento en el hambre. En cambio, en el verano, al gastar menos energía en controlar la temperatura corporal, se reduce la necesidad de calorías, lo que disminuye el apetito.
– Transpiración: en temporada de altas temperaturas, el cuerpo suda más para regular su temperatura, lo cual incrementa la urgencia de consumir líquidos. Por consiguiente, la ingesta adicional de líquidos sacia el estómago, mermando el apetito por comidas sólidas y minimizando la sensación de hambre.
– Tiempo de ocio: en verano es común dedicar más tiempo a actividades fuera del hogar lo que puede resultar en un descuido de la dieta. Esta variación en las costumbres diarias afecta los hábitos alimenticios, provocando alteraciones en el régimen de comida en contraste con el invierno, periodo en el cual se prioriza la elaboración de las comidas al pasar más tiempo en el hogar.
Para hacer frente a estas variaciones ocasionadas por la temperatura, es crucial incrementar la prudencia y adoptar las acciones requeridas para resguardar el bienestar y garantizar una alimentación apropiada:
Consumir comidas frescas y ligeras como frutas y hortalizas, ensaladas, sopas frías y smoothies. Estos alimentos aportan nutrientes fundamentales y agua, colaborando de esta forma en mantener una hidratación adecuada.
Se sugiere llevar a cabo comidas reducidas y frecuentes debido a que son más sencillas de soportar y procesar cuando no se cuenta con un gran deseo de comida.
No consumir alimentos calientes y abundantes, dado que podrían incrementar la sensación de malestar y reducir aún más el hambre.
Optar por bebidas como tisanas frías, jugos naturales o aguas con limón y hierbabuena sin azúcares, es una alternativa recomendable cuando no apetece la comida pero sí la bebida.
Finalmente, la consumición de los alimentos mencionados previamente también ayuda a prevenir la deshidratación bucal, ya que al contener gran cantidad de agua, favorecen la generación de saliva.